sábado, 16 de noviembre de 2013

Qué pena (posible continuación de Manué IV de Extremoduro)

Qué pena que nadie nos fusile al alba. Qué pena que ya no entren en nuestras casas armados y uniformados y, en nombre de la patria, destrocen, roben y avasallen todo lo que encuentren como al paso de Atila, qué pena.
Qué pena que ya no podamos compartir prisión con cientos o miles de buenas personas como nosotros, defensores de  la democracia o, simplemente, personas tranquilas sin ningún interés ni conocimiento del tema, qué pena.
Qué pena que nadie nos deje al amparo de su dios misericordioso y vengativo sin un alimento que echarnos a la boca o medicamentos para soportar todas las enfermedades que allí cogiéramos, mientras sigan sin decirnos por qué estamos allí, qué pena.
Qué pena que nadie entre una madrugada en el rincón donde nos tumbásemos y nos ensarten con un fusil mientras nos dirijan a un patio con otros tantos compañeros temblando y llorando, nos mirásemos desconsolados o claváramos los ojos en los pies que nos dirigen al muro de la prisión, qué pena.
Qué pena que nadie nos fusile al alba.
Ahora, los mismos que antes nos mandaban al "paredón" por el único motivo de estorbarles, nos ahogan desde sus despachos, nos obligan al exilio, nos hacen separarnos de nuestras familias, todo más diplomático, sin dejar pruebas, amparados ante la ley, las leyes redactadas por ellos mismos. 
La época del paredón y las cunetas fue más rápida, ésta la llevan planeando durante años.
Nos despojan de nuestros bienes, como entonces.
Nos reprimen las ideas, como entonces.
Nos coartan las libertades, como entonces.
Sólo cambian las formas y los tiempos, cambia el cómo pero no el porqué.

Qué pena que nadie nos fusile al alba.

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